viernes, 4 de abril de 2014

En el hospital…


Ojalá que los problemas sanitarios de todos los niños no pasaran de los de mi hijo Rubén: tonterías sin importancia. Y que la actitud de los mayores ante estos temas fuera un poco como la suya, como la de los niños.

Esta semana le han operado de una hernia umbilical. Una operación sencillita, tipo Windows, corta-pega, pero que no ha eximido a su madre de pasar unos nervios que para ella se quedan. Y conste, que una no es especialmente aprensiva con estos temas, pero ¡ay! ¿quién se pudiera cambiar por su retoño?

Ya hacía días que le íbamos preparando para el día D. Él guarda un buen recuerdo de un ingreso hospitalario que tuvo el año pasado. Allí conoció a una amiga con la que hizo buenas migas, le fueron a ver los payasos, era el centro de atención… En fin, que cuando le dije que iba a tener que ir al hospital se quedó más ancho que pancho:
-          Rubén, te van a dormir para la operación.
-          Y, ¿cómo lo van a hacer?
-          Te pondrán una vía en la vena, como el año pasado, y…
-          ¿me van a pinchar aquí?
-          Sí.
-          ¿Y me van a poner la medicina por aquí?
-          Sí.
-          ¡Bien!

Pues hala, hijo. Si te hace ilusión que te pinchen, no te voy a desilusionar…
-          Mamá, ¿la medicina va a matar bichitos?
-          No, esta te va a hacer dormir. Se llama anestesia.
-          ¿Y cómo me despertaré?
-          Pues poco a poco. Estarás muy dormido. Y pueden pasar muchas cosas: puede ser que te quedes un rato “atontolinao”…
-          Pero ¡yo no quiero estar “atontolindao”! (con “d”)
-          Bueno, hijo, pero si pasa, no pasa nada, es normal…
-          ¿Y diré tonterías?
-          Puede ser…
-          ¿Sí?
-          Es posible.
-          Mamá, ¡yo no quiero la anestesia!

Y empezó una agria discusión sobre la conveniencia de que no le operaran a lo vivo. Al final lo convenzo. ¿Y cómo? Con algo que no falla a estas edades:  el caca-culo-pedo-pis. Se tronchaban los dos de la risa al saber que la Señora Anestesia se iría por el pis. Hasta que…
-          Mamá, y si estoy muy dormido, ¿se me escapará el pis?
-          Bueno, no creo. Pero si pasa…
-          ¡¡Yo no quiero que se me escape el pis!!

La noche antes les estuve repasando la cartilla a los dos: cada cual tenía una tarea importante que cumplir. Óscar, que se sentía un poco desplazado (al fin y al cabo su hermano ¡iba a tener fiesta del cole!), recuperó algo de protagonismo cuando le encomendamos la tarea de llevar los deberes de Rubén al cole, y una notita para su profesora. Y Rubén, ya mentalizado, estaba ilusionado con la perspectiva de ir al hospital en metro.

Cuando llegamos al hospital él estaba feliz como una perdiz. Le iba contando a todo el mundo que le iban a poner el ombliguito para adentro, aunque le gustaba su ombliguito así. También le contaba a las enfermeras que él era muy valiente y que no iba a estar “atontolindao” (con “d”), ni se iba a hacer pis. Y que quería comer en cuanto despertara. Cuando se enteró de que no le iban a pinchar sino que le iban a anestesiar con mascarilla, empezó a reír. Y así, tranquilito, sabiendo que papá y mamá no iban a estar con él en el quirófano pero sí ahí al lado, muy cerquita, se fue en su camilla tan pancho.

Cuando volvió, tan dormidito y desvalido, a su padre y a mí nos dio un ataque de ternura. Mi nervio suelto no paró de moverse hasta que encontró su posturita, no se dio ni cuenta del lío que se estaba haciendo con los cables del electro. Siguió durmiendo un rato, y lo primero que preguntó fue si había dicho tonterías. “No, mi amor, tú no dices tonterías nunca”.

Al poco rato se fue encontrando mejor, y comió un yogur como si nunca más fuera a probar bocado. Se levantó a hacer pis y… ¡para casa! Ese día estuvo a ratos durmiendo y a ratos despierto, con carita de dolor. La sorpresa fue al día siguiente:
-          Rubén, ¿te duele, hijo? ¿te pongo medicina?
-          ¡Nooo, mamá! ¡Sólo ha sido una operación!

Estos días sigue convaleciente, sin ir al cole por pura prudencia. Pero no dejo de pensar que ojalá los adultos no perdiéramos del todo esa inocencia, esa resistencia que tienen los niños, esa capacidad de olvidarse del dolor y seguir adelante.

Los mayores enseñamos a los niños a transitar por la vida. Pero seamos humildes: ellos también tienen mucho que enseñarnos… si les queremos escuchar.


Toñi


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...