Recuerdo perfectamente el día del primer
baño “de verdad” de mis niños. Tenían
unos 15 días de vida, y hasta ese momento los habían bañado o en el hospital
(debajo de un grifo) o bien, ya en casa, pero con esponjita y barreño.
Cuando metimos a Marcos en la bañerita (una
bañera de plástico súper práctica, que se colocaba sobre la bañera normal),
sobre la hamaca de baño, puso cara de sorpresa, miró a su alrededor, puso ese
gesto de determinación que sigue teniendo en la cara cada vez que se enfrenta a
algo nuevo, y empezó a patalear y chapotear, dispuesto a hacerse con el nuevo
reto. Después le tocó a María, que
empezó a llorar, patalear y protestar como una posesa, sin parar un minuto
durante todo el proceso. Y así siguió
unos días más hasta que se acostumbró y aprendió a disfrutar del baño.
Conforme fueron creciendo y ya pudieron
pasar a bañarse sentaditos en la bañera grande, el rato del baño empezó a ser
más divertido. Primero intentamos el aro
de bañera, pero fue un fracaso, no les gustó nada, así que esperamos un poco
más, y sobre los 10 meses, cuando vimos que se podían quedar sentaditos sin
problemas en el suelo de la bañera, los pasamos. Entonces empezó lo bueno, les encantaba jugar
y chapotear con mil juguetes en la bañera y poner perdida de agua a mamá, amén
del suelo del baño. Tengo mil anécdotas
de ese periodo, pero creo que mi preferida es el momento en que María descubrió
que su hermano y ella no eran exactamente iguales. Fue un día, tendrían poco más de un año,
estando los dos de pie en la bañera mientras yo les aclaraba el jabón, cuando
María miró a su hermano, alargó la manita, le cogió la “colita” y estiró un
poco con cara de asombro. Marcos la
miraba con cara de susto, pero no decía nada.
Seguidamente, María soltó a su hermano y empezó a mirarse ella. Yo me moría de la risa, pero no decía ni mú,
hasta que mi nena se volvió hacia mí y me dijo: “Mami, ¡no tá!” y yo me empecé a desternillar, ante la
estupefacción de mis criaturas, que no entendían de que se reía mamá.
Pero poco a poco, la princesita se fue
haciendo más princesita, y el guerrero más guerrero y llegamos a la edad en la
que los podía dejar solitos en el baño, y mientras tanto, preparar la cena, eso
sí con la puerta abierta, y yo entrando y saliendo. También les decía que si necesitaban
cualquier cosa, me llamaran, y practicábamos antes de que yo saliera del baño:
“ A ver chicos, ¿Cómo se llama a mamá, bien fuerte” “MAMÁAAAAAAAAAAAAAA”. Eso funcionó bien durante un tiempo, hasta que
entramos en una dinámica en la que cada 15 segundos se escuchaba un grito
estremecedor, yo iba corriendo con el corazón en la boca y me encontraba con
una o varias de las siguientes tragedias: “Mamáaaaaa,
es que Marcos me ha mojado el flequillooooooooo”, “Mamáaaaaaaaaaaaaaa, es que
Marcos me ha salpicado”, “Mamáaaaaaa, es que María se bebe el agua de la
bañeraaaaaaaaaaa” “Mamáaaaaaaaaaaaaaa, es que Marcos/María no
comparteeeeeeeee”. En fin…
También hemos tenido inundaciones varias
del cuarto de baño, lanzamiento de objetos fuera de la bañera y
embadurnamientos con un bote entero de gel/champú. Y por supuesto el momento “hay que lavar el
pelo” y las protestas que acarrea: María
se queja porque luego hay que secarlo y “es
muy aburrido, mami” y Marcos grita como un poseso cuando al aclararle el
pelo le cae una gota de agua en la cara (vamos, que más de una vez he pensado
que lo hacía con ácido sulfúrico), cosa que, viniendo de un niño que en la
piscina bucea y se tira alegremente desde el bordillo, es curioso.
En fin, que ahora mismo, con 5 añitos, ha
llegado el momento de irlos bañando por separado, a no ser que quieran jugar
juntitos un rato, con lo cual se les concede permiso a condición de que, a ser
posible, no monten la tercera guerra mundial en la bañera. Y hemos dado otro gran paso: ya se lavan solitos. Empezamos este verano, les daba la esponjita
con jabón y ellos solitos se iban lavando, la cosa decayó cuando empezó el
cole, pero hace un tiempo que la hemos retomado, sobre todo porque con ello ganan
puntos que luego pueden cambiar por “premios” (refuerzo positivo). Luego salen de la bañera, se ponen su
albornoz, les ayudo a secarse y se ponen el pijama solitos de nuevo, ponen su
ropa sucia en el cesto y van a por su cena, llevando el plato ellos mismos a la
mesa. Hay días que todo fluye y va como
la seda, y días en lo que todo se hace a trompicones y protestando, pero
avanzamos.
Después se sientan a cenar, y yo los miro,
y no me puedo creer que esos niños mayores que cenan solitos mientras charlan
de las cosas del día sean los diminutos bebés que hace más de 5 años bañé por
primera vez en una bañerita de plástico.
Jajajaja ... que bonito el descubrimiento del sexo opuesto ...
ResponderEliminarVerónica
Pasmada me dejaron, jajajajaja
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