viernes, 24 de mayo de 2013

EL BAÑO DE LA PRINCESA Y EL GUERRERO


Recuerdo perfectamente el día del primer baño “de verdad” de mis niños.  Tenían unos 15 días de vida, y hasta ese momento los habían bañado o en el hospital (debajo de un grifo) o bien, ya en casa, pero con esponjita y barreño.

 

Cuando metimos a Marcos en la bañerita (una bañera de plástico súper práctica, que se colocaba sobre la bañera normal), sobre la hamaca de baño, puso cara de sorpresa, miró a su alrededor, puso ese gesto de determinación que sigue teniendo en la cara cada vez que se enfrenta a algo nuevo, y empezó a patalear y chapotear, dispuesto a hacerse con el nuevo reto.  Después le tocó a María, que empezó a llorar, patalear y protestar como una posesa, sin parar un minuto durante todo el proceso.  Y así siguió unos días más hasta que se acostumbró y aprendió a disfrutar del baño.

 

Conforme fueron creciendo y ya pudieron pasar a bañarse sentaditos en la bañera grande, el rato del baño empezó a ser más divertido.  Primero intentamos el aro de bañera, pero fue un fracaso, no les gustó nada, así que esperamos un poco más, y sobre los 10 meses, cuando vimos que se podían quedar sentaditos sin problemas en el suelo de la bañera, los pasamos.  Entonces empezó lo bueno, les encantaba jugar y chapotear con mil juguetes en la bañera y poner perdida de agua a mamá, amén del suelo del baño.  Tengo mil anécdotas de ese periodo, pero creo que mi preferida es el momento en que María descubrió que su hermano y ella no eran exactamente iguales.  Fue un día, tendrían poco más de un año, estando los dos de pie en la bañera mientras yo les aclaraba el jabón, cuando María miró a su hermano, alargó la manita, le cogió la “colita” y estiró un poco con cara de asombro.  Marcos la miraba con cara de susto, pero no decía nada.  Seguidamente, María soltó a su hermano y empezó a mirarse ella.  Yo me moría de la risa, pero no decía ni mú, hasta que mi nena se volvió hacia mí y me dijo: “Mami, ¡no tá!” y yo me empecé a desternillar, ante la estupefacción de mis criaturas, que no entendían de que se reía mamá.

 

Pero poco a poco, la princesita se fue haciendo más princesita, y el guerrero más guerrero y llegamos a la edad en la que los podía dejar solitos en el baño, y mientras tanto, preparar la cena, eso sí con la puerta abierta, y yo entrando y saliendo.  También les decía que si necesitaban cualquier cosa, me llamaran, y practicábamos antes de que yo saliera del baño: “ A ver chicos, ¿Cómo se llama a mamá, bien fuerte” “MAMÁAAAAAAAAAAAAAA”.  Eso funcionó bien durante un tiempo, hasta que entramos en una dinámica en la que cada 15 segundos se escuchaba un grito estremecedor, yo iba corriendo con el corazón en la boca y me encontraba con una o varias de las siguientes tragedias: “Mamáaaaaa, es que Marcos me ha mojado el flequillooooooooo”, “Mamáaaaaaaaaaaaaaa, es que Marcos me ha salpicado”, “Mamáaaaaaa, es que María se bebe el agua de la bañeraaaaaaaaaaa” “Mamáaaaaaaaaaaaaaa, es que Marcos/María no comparteeeeeeeee”.  En fin…

 

También hemos tenido inundaciones varias del cuarto de baño, lanzamiento de objetos fuera de la bañera y embadurnamientos con un bote entero de gel/champú.  Y por supuesto el momento “hay que lavar el pelo” y las protestas que acarrea:  María se queja porque luego hay que secarlo y “es muy aburrido, mami” y Marcos grita como un poseso cuando al aclararle el pelo le cae una gota de agua en la cara (vamos, que más de una vez he pensado que lo hacía con ácido sulfúrico), cosa que, viniendo de un niño que en la piscina bucea y se tira alegremente desde el bordillo, es curioso.

 

En fin, que ahora mismo, con 5 añitos, ha llegado el momento de irlos bañando por separado, a no ser que quieran jugar juntitos un rato, con lo cual se les concede permiso a condición de que, a ser posible, no monten la tercera guerra mundial en la bañera.  Y hemos dado otro gran paso:  ya se lavan solitos.  Empezamos este verano, les daba la esponjita con jabón y ellos solitos se iban lavando, la cosa decayó cuando empezó el cole, pero hace un tiempo que la hemos retomado, sobre todo porque con ello ganan puntos que luego pueden cambiar por “premios” (refuerzo positivo).  Luego salen de la bañera, se ponen su albornoz, les ayudo a secarse y se ponen el pijama solitos de nuevo, ponen su ropa sucia en el cesto y van a por su cena, llevando el plato ellos mismos a la mesa.  Hay días que todo fluye y va como la seda, y días en lo que todo se hace a trompicones y protestando, pero avanzamos.

 

Después se sientan a cenar, y yo los miro, y no me puedo creer que esos niños mayores que cenan solitos mientras charlan de las cosas del día sean los diminutos bebés que hace más de 5 años bañé por primera vez en una bañerita de plástico.

2 comentarios:

  1. Jajajaja ... que bonito el descubrimiento del sexo opuesto ...

    Verónica

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  2. Pasmada me dejaron, jajajajaja

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