martes, 12 de febrero de 2013

POSPARTO - Maru


El famoso posparto, qué puedo decir…. Horrible, necesario, aburrido… una gran bienvenida al mundo maternal, a “tu nueva realidad”.

Para cuando abrí los ojos en la sala de recuperación supe que me las tenía que ver con un tajito, que me anunciaba que me habían abierto como una res de matadero. Obviamente estoy exagerando en el tamaño de la cicatriz, pero sabía que algo pasaba y era drástico.
Como dije en otro relato, mi doctor dijo antes de la cesárea: “cuando te despiertes y estés sin la sonda vesical (sonda para hacer pipí mientras te recuperas), entonces te levantas y empiezas a caminar pero no hables por cuatro horas, si hablas harás vibrar músculos que te producirán dolor, así que por cuatro horas, increíble! Estuve callada”.

Después que me sacaron la sonda y me senté en la silla de ruedas para que me llevaran a ver a mis pequeñitos, a quienes sólo vi por unos segundos antes de que se los llevaran a la unidad neonatal intensiva.
Sé que todo ese capítulo en la neo será parte de otro relato pero para no perder el hilo debo mencionar esta etapa que sin duda hizo que mi posparto fuese algo totalmente distante de la palabra relajo.
Tan pronto como se me hincharon los tobillos como un elefante, tuve que empezar mis días de visita en la neonatal, sacarme la leche ahí, luego sacarme en casa y llevarla congelada. Más que nada era una rutina sin fin persiguiendo el objetivo de haber hecho todo para que este par de pequeñísimos bebitos vivieran y que fuese, ojalá, sin secuelas.
El posparto como tal, en mi mente quedó grabado como quince días de tobillos de elefante. No vi nada de lo que indicaban como “loquios”, apenas unas manchitas que dejaban unos tímidos coágulos, pero no fue más que eso. Supongo que aquí definitivamente la genética tiene mucho que ver, pues en relación a la cicatriz también debo decir que no fue la gran cosa.
Me bañé con ella, obviamente tenía un parche para agua, pero verdaderamente pasó rápido.

Cuando me embaracé pesaba 49 kilos, cuando tuve a los niños pesaba 64,5 y hoy en día, 14 meses después de la cesárea peso 55, el yoga ayuda mucho así que lo recomiendo tanto para ayudar a recobrar la postura de la columna y del cuerpo en general, como también para aquietar las múltiples emociones que te embargan cada día. Ante todo tener paciencia con este cuerpo nuevo que queda después de tener a los niños, buenos hábitos de alimentación y un ejercicio pausado y constante son la clave para caminar hacia el equilibrio. En un mundo tan inmediatista como en el que vivimos todas las mujeres en un par de meses quieren quedar como si jamás hubiesen subido diez kilos. Un libro muy sensato que leí, decía que una mujer embarazada tarda nueve meses en modificar su estructura por lo que volver a su estado original al menos debe llevarles este lapso de tiempo.

En resumen, puedo decir que veo esta etapa como algo que no extrañaré, pero claro que es algo que no se elige, simplemente: es y hay que ser humildes y llevarlo con paciencia, conciencia y responsabilidad para con una misma. No dejarse estar, arreglarse, por un tema de autoestima, en una época en donde se queda tan relegada por las necesidades imperiosas de estos pequeñines. Vienen cosas maravillosas con ellos y este tema es solo una piedra en el camino.

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