lunes, 5 de noviembre de 2012

PARTO MÚLTIPLE - Toñi

Recta final de un embarazo especialmente vigilado. Mi cuerpo, en contra de lo esperado, se está portando como un campeón. Los bebés van creciendo. Mamá se va hinchando... ¡y de qué manera! a eso de las 30 semanas se me hinchan las piernas, las manos, las encías. Los pies sólo lo parecen los cinco minutos después de levantarme; luego se convierten en algo parecido a patas de elefante. En la visita de las 30 semanas me habían dicho dos cosas: que el primer bebé viene de cabeza y que se está empezando a borrar el cuello. Atención...
 
Después empiezo a hacer seguimiento de la tensión. Empieza a estar un pelín alta: peligro de preeclampsia. Ya estamos en la semana 32, y tenemos el objetivo puesto en la semana 35. Renqueando, llegamos al domingo 9 de marzo de 2008: elecciones. Voy a votar y le digo a mi marido: “ahora que ya he cumplido como ciudadana, ya me puedo poner de parto”. ¡Pero era broma!
Esa tarde vienen unos amigos a casa. Preparamos café y coulant de chocolate, y pasamos una tarde muy agradable. Cuando se marchan, a eso de las 9 de la noche, empiezo a ver un poquitín borroso. Nos vamos a urgencias pensando que, como tantas otras veces, nos iban a largar en un rato.
Se me quedaron más de un mes.
 
Nada más llegar me hacen analíticas, correas, tactos... Conclusión: estoy de parto, con principio de preeclampsia, el primer bebé se ha dado la vuelta y está de nalgas. Me enchufan el prepar para parar las contracciones, y me sentencian: tres días con corticoides para madurar pulmones, reposo absoluto y cesárea. ¡Y dos días después del parto veré a los niños!
 
Yo querría haber llegado a la semana 35. De no haber sido por el riesgo de trombosis, me habrían dejado el prepar puesto el tiempo que hubiera hecho falta. Yo querría haber tenido parto vaginal, y se me quedó la espinita de qué habría pasado si me hubieran dejado moverme. Ni para ir al baño me dejaron levantarme. ¡Y no ver los niños hasta las 48h! Menudo sofocón me llevé entre unas cosas y otras...
 
Los tres días de reposo los tengo como en una nebulosa. Recuerdo que con las correas a ratos lo pasaba mal porque a uno de ellos le encontraban latido enseguida, pero el otro era duro de pelar (¿estará bien?). Recuerdo darles las instrucciones precisas a mi marido y familia: pedid el sacaleches, quiero estimularme lo más pronto que pueda, hazles fotos, que querré verlos, etc.
 
Y llega la noche anterior al “Día D”. Tengo la cesárea programada para las 9 de la mañana, y a las 12 de la noche me retiran el prepar. Me despierto a eso de las 4am con contracciones cada ¡8 minutos! Como montar un circo y que te crezcan los enanos, ¡con cesárea programada y contracciones! Me enchufan de nuevo el prepar, y cuando llega el gine me pone a la cola de las cesáreas de ese día porque el prepar no es compatible con la anestesia. El colmo.
 
Paso la mañana con un cabreo monumental (para qué negarlo, está filmado), soportando contracciones y esperando mi turno para el quirófano. Finalmente me despido de marido y familia y me llevan al quirófano. Pedí que me dejaran las gafas para ver a los peques, y el anestesista me las guardó.
 
Tengo bastante buen recuerdo del parto en sí. A pesar de no tener a mi marido ni haber conseguido parto vaginal, tengo que decir que el trato del personal fue exquisito. Sobre todo el anestesista. Me preguntaron cómo se iban a llamar: el primero en nacer Rubén, y el segundo Óscar. ¿Y por qué? Pues porque el primero en nacer tendría que ser el segundo por orden alfabético, y así los dos serían primeros en algo. Tonterías de la mente ociosa de una premami que estuvo de baja casi todo el embarazo.
 
Llega el gran momento. Le pido al anestesista que me diga cuál de los dos - el de nalgas o el de cefálica - era el primero en nacer, por aquello de saber quién era quién dentro y fuera de la tripa. Nace primero mi niñito de nalgas, Rubén, mi rabito de lagartija. Oigo un vagido débil, como de un gatito o una cabritilla. Me ponen las gafas, y le veo emocionada un momentito antes de que se lo lleven volando. Un momento después, oigo el llanto más fuerte y ronco (dentro de lo que cabe) de mi tranquilito Óscar, mi burbujita. Me lo acercan un momentito algo más largo, y mientras le hablo diciendo que no llore, que le quiero mucho, mi niño se calla. Se lo llevan también... y rompe a llorar de nuevo. Estoy segura que reconoció mi voz.
 
Me han contado que, a la puerta de neonatos, mi marido y nuestros familiares esperaban la llegada de nuestros bebés. El celador, que conocía a mi madre, se los enseñó a todos mientras le decía: “tranquila, tu hija está bien, y los niños ¡no son tan pequeños!”, 1,6kg y 1,7kg no son pocos para 33 semanas, pero la emoción era grande y todos lloraron como magdalenas. ¿Cómo iba a ser si no?
 
Mientras, a mí me estaban limpiando, cerrando la herida, etc. Y, sin saberlo, empezaba mi particular calvario. Pero mis hijos estaban bien y esa... es otra historia.
 
 Toñi

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