sábado, 3 de noviembre de 2012

PARTO MÚLTIPLE - Eva

Mi parto comenzó temprano, como la mayoría de los que conozco (¿por qué será?). A las 4.15 de la mañana del 8 de enero de 2008 me desperté con la sensación de que tenía que ir al baño. Como llevaba semanas durmiendo muy mal, a trozos y con tremendos dolores de espalda, intenté seguir durmiendo e ignorar las ganas de hacer pis, pero, oh sorpresa, no pude. Abrí los ojos como platos, y sin saber cómo, me encontré de pie (considerando que necesitaba ayuda para levantarme debido a una lesión de espalda, y para darme la vuelta en la cama necesitaba agarrarme al cabecero, todavía no sé cómo pude levantarme tan rápido yo sola), alarmada fui como pude hasta el baño, sin dejar de pensar que era demasiado pronto, ya que acababa de cumplir la semana 34. En el baño ya me di cuenta de que había roto aguas, expulsaba un hilo fino y constante de agua clara. Mi primera reacción fue gritar a mi marido, que por supuesto seguía dormido como un tronco: “¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Jorge!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡He roto aguaaaaaaaaaaaaasssssssss!!!!!!!”, “¿Eh? ¿Qué? ¿Cómo qué has roto aguas?” ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Pues rompiéndolas, a ti que te pareceeeeeeeeeeeee!!!!!!!!! En un minuto estaba conmigo, pálido y nervioso, “¿Y ahora qué hacemos?” “No pasa nada, las aguas son incoloras y transparentes, me voy a duchar” “¿¿¿A duchar??? ¿Cómo que a duchar?” “Mira, estoy pringada y hecha un asco, no hay peligro, tenemos tiempo, así que me voy a limpiar”.
 
Una vez limpia y duchada, salimos de casa, sin la bolsa del hospital, porque mi marido no quiso ni pararse a cogerla. Llamamos a un taxi para que nos recogiera, ya que él estaba demasiado nervioso para conducir y allá que nos fuimos, para el Hospital Materno Infantil de Zaragoza. A las 4.45 minutos llegábamos a la puerta, y mi marido salió del taxi corriendo y se fue para la entrada. Menos mal que yo había cogido un bolsito pequeño con dinero, pañuelos y un par de cosas, y pude pagar al taxista. A la que salía, volvía mi marido, que ya se había percatado de que se dejaba “algo” en el taxi (hombres). Entramos en la vacía recepción del hospital y nos hicieron pasar a la sala de espera, donde estuvimos en torno a 20 minutos, yo muy nerviosa porque seguía soltando líquido amniótico y ya había empapado la compresa, la ropa interior, los pantalones…un desastre.
 
Por fin nos hicieron pasar a la consulta donde me atendió una ginecóloga jovencita muy amable que me tranquilizó y me pasaron a otra sala donde me desnudé y me hicieron tumbarme en una camilla, me pusieron un camisón y me pasaron a monitores. Debían estar un poco dormidos porque me pusieron un monitor en la tripa, y cuando pregunté “¿así vemos a los dos?”, me contestó la médico/enfermera/nolotengoclaro, “¿eh? ¿es que son dos?”, “Pues sí, lo pone en el papel” “Bueno, pues baja de la camilla y pásate a esa otra”…mira qué maja, con lo que me cuesta moverme, además de que no me ayudan, jugando al cambio de camilla. En fin, una vez vistos los nenes y viendo que todo iba bien, pero que María, que era la que estaba en la “pole”, estaba sentada, decidieron hacerme una cesárea, ya que no había dilatado nada, no tenía contracciones y tenía una bolsa rota.
 
Esperando a entrar en quirófano, sobre las 6.30 de la mañana, llamamos a mi madre, para decírselo… ¡se puso tan histérica que tuve que pasarle el teléfono a mi marido porque me ponía aún más nerviosa! Por fin me pusieron una vía y me metieron al quirófano, donde no puedo tener más que palabras de agradecimiento al equipo, todo mujeres curiosamente, que hicieron lo posible por tranquilizarme y darme seguridad, especialmente una de las anestesistas, que me acariciaba la cabeza y me contaba lo que iba pasando. En un momento dado me bajó mucho la tensión y me pusieron oxígeno, pero todo fue rápido y poco después, exactamente a las 7.37 de la mañana oí llorar a mi niña, un llanto fuerte e indignado, donde ya dejaba claro su carácter, y solo pude ver un bracito pequeño que surgía de un bulto envuelto en una mantita blanca que una matrona se llevaba corriendo. 3 minutos después, a las 7.40, oí los lloros de mi niño, un llanto dulce y lastimero que ya avanzaba que iba a ser un mimosón de cuidado. Una vez más, miré y vi una piernecita pequeña y un bulto que se llevaban corriendo. Yo estaba muy aturdida y pregunté si los podía ver, me dijeron que en un momento (menos mal que el celador me había traído las gafas un rato antes) y poco después me presentaron dos bultitos fajados y con un gorrito blanco en dos caritas diminutas, preciosas y perfectas. Solo acerté a darles un besito y decir “que pequeños son” antes de que se los llevaran. Posteriormente mi marido me contó que los sacaron a los dos juntos en una incubadora rumbo a neonatos.



Una vez que estuve cosida y presentable me pasaron a recuperación y al rato a planta, donde ya pude estar con mi madre y mi marido, aunque no pude ver a mis niños. Hasta el día siguiente a las 12 no pude verlos, y se me rompía el corazón. Por fin, después de 24 horas sondada y con goteros, me lo quitaron todo y me bajaron en una silla de ruedas a verlos. Solo pude coger en brazos a Marcos, que estaba en nido térmico, ya que pesó algo más que su hermana (1,970 kg), mientras que a María me conformé con mirarla a través del cristal, mi niña valiente que solo pesaba 1,860 kg, pero que, tumbada boca abajo en la incubadora intentaba darse la vuelta ella solita. No puedo describir lo que sentí, pero sí sé que es lo mejor que he sentido nunca.


 
No tengo buen recuerdo de mi recuperación en el hospital, me dolía enormemente la cicatriz, cada día más, y no me hacían mucho caso, la verdad. Tuve una compañera de habitación que era bastante impresentable, con visitas aún más impresentables, y solo podía ver a mis niños a ciertas horas. Además tuve una subida de leche brutal, de tal envergadura que reventé el camisón y el sujetador de lactancia por las costuras, tuve fiebre y bastante dolor. Mis niños no podían mamar, no se agarraban, y menos con una subida así, por lo que compramos un sacaleches y me dediqué a extraerme leche, para que os hagáis idea, en media hora llenaba el bote de 200 ml que llevaba el aparato, y a la media hora tenía que volverme a sacar. Lo peor fue que esa leche nunca llegó a mis niños, ya que en esa época en el hospital estaban trasladando competencias y del tema de la leche se ocupaba un nuevo departamento que no entraba en vigor hasta el lunes siguiente (era viernes noche), con lo cual, a pesar de que lo pedí yo, lo pidió mi madre, lo pidió mi marido, no fueron capaces de proporcionarme frascos estériles para guardar la leche y dársela a mis niños, y me dijeron que del frasco del sacaleches no se la daban. Lamentable, porque toda esa leche se fue por el desagüe, y yo lloraba como una magdalena al verlo. Al final, después de dos días así, tuve que pedir que me retiraran la leche, se me estaba haciendo mastitis y además yo tenía y tengo, un problema serio de espalda y cadera, y por consejo de mi reumatólogo tuve que actuar así. Muy triste.
Además, por fin me hicieron caso con los dolores de la cicatriz y vieron que se me había infectado, en cada puntito de inserción de cada grapa tenía una pequeña herida inflamada, por eso me dolía tanto, y tuvieron que retirarme las grapas antes de tiempo. Así que así salí del hospital, con la cicatriz a medias, el mal sabor de boca y la tristeza de lo de la leche y sin mis niños, que se quedaban allí. Afortunadamente, estaban sanos y fuertes como pequeños toros, y Marcos se vino con nosotros al día siguiente, martes 15 de enero de 2008, y María al siguiente lunes, 21 de enero de 2008, lo mejor y más bonito que he hecho y haré en mi vida.


 Eva

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