jueves, 4 de noviembre de 2010

crónicas de una ex-embarazada II


En el capítulo anterior referí las consecuencias emocionales de lo que se suele llamar "estado de buena esperanza". También están, obviamente, las consecuencias físicas.

Cuando te pilla primeriza, no esperas cambios ya durante los primeros días. Es curioso, muchas de nosotras nos pasamos la vida reivindicando, a la chita callando o a voz en grito, que somos más que un par de tetas... Hasta que son las tetas las que reivindican su lugar en el mundo. Es increíble, aún no has usado el predictor y ya están ellas calientes, doloridas, tan hinchadas que llegan antes que tú a los sitios. Tú andas estupefacta porque no sabes de dónde han salido. Tu marido, feliz como una perdiz... hasta que oye el grito de "EHH, SE MIRAN PERO NO SE TOCAN". Y es que duelen lo suyo, pobrecitas.

Como traemos doblete o más, la panza también empieza a decir pronto aquí estoy yo. Punzaditas por aquí, punzaditas por allá, porque la matriz va creciendo a marchas forzadas. Mis amigas con hijo solo, no tenían tantas punzadas o no las notaban; yo las tenía casi a diario, eran ya de la familia:

- Cariño, vuelven las punzadas.

- Vale, pero que te dejen ver la tele...

Pronto se establece una rivalidad entre tetas y barriga, a ver quién llega antes; al principio gana la delantera, pero dura poco, está claro que la barriga gana por goleada. ¿Y tú? Tú ya hace tiempo que te has apeado de la competición, eres la última en cruzar la línea de meta.

Luego llega el momento en que empiezas a notarlos. Rubén, mi rabito de lagartija, ya apuntaba maneras. Su placenta estaba muy abajo. Yo tenía unos tejanos de premamá, de éstos con cinturilla baja y el trozo de tela que cubre la barriga. Me senté, y la costura quedaba justo donde él estaba. Noté unos golpecitos, me sorprendí. Me levanté y pararon. Me volví a sentar y... otra vez estaba ahí mi niño, protestando. No me lo podía creer, mientras le decía: "Di que sí, hijo, tú ponte cómodo..." Los tejanos volvieron al armario y sólo me los volví a poner mucho más adelante. Óscar, más tranquilito, se dejó notar unos días más tarde, como una burbujita que se removiera. Ya se le veía el plumero, él sólo actúa después de mucho reflexionar.

La barriga va creciendo y tú te dejas de ver los pies, y los niños se mueven cada vez más, cada cual con su estilo y manera. Se les suele distinguir perfectamente; y tú te acaricias la barriga, les hablas, les cantas... y paro, que me pongo ñoña otra vez.

Y llega la recta final. Apoteosis. Ya se sabe que el embarazo tiene a veces efectos secundarios: pues yo los pillé todos. Almorranas, hinchazón de encías, de pies, de cara, lumbalgia... qué penita de mujer, suerte que yo me reía. Irme a dormir era un espectáculo en toda regla: ejercicios en el suelo para aliviar el dolor de espalda, ducha de piernas con agua fría, limpieza exhaustiva del culete, pomada para las hemorroides, lavado de manos, lavado de dientes, seda dental, crema para las encías, medicación... Tardaba 30 minutos entre una cosa y otra, pero con qué alegría lo hacía... Y eso que, como buena embarazada, luego no había forma de dormir. ¿Por qué será que no dormimos cuando aún nos dejan?

¡En fin! Pues será verdad que nuestros embarazos son nuestra mili, pero cuántos recuerdos...

Toñi

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